El arte de no saturarte: tu mente y cuerpo como sistema operativo.

Siempre he tenido muchas ideas que simultáneamente co-habitan en mi cabeza, acompañadas de unas soberanas ganas de hacer todo al mismo tiempo. Llámalo sed de diversificar mis intereses o déficit de atención, pero con el tiempo me di cuenta de que esa “energía infinita” en realidad sí tiene un límite: cuando me saturo, dejo de crear, dejo de disfrutar, y hasta me cuesta decidir qué es realmente importante.

Mi forma de “resolverlo” en un inicio era renunciando y/o dejando las cosas a medias, lo cual con el tiempo me hacía sentir mal conmigo misma y reforzaba creencias internas de ser incapaz. Incapaz de concretar planes, alcanzar metas y cumplir con entregas. Descubrí, con el tiempo, que la solución no era esa, sino todo lo contrario: darle parámetros claros a mi energía para que realmente rindiera, y para que la ambición que vive dentro de mí eventualmente no se tradujera en burn-out y agotamiento.

En este (arduo) proceso de reconciliación conmigo misma he aprendido a reconocer mis límites buscando ser honesta y congruente con lo que quiero y en dónde estoy, así como la brecha que representa el camino a dónde quiero llegar. Saber qué me drena y qué me da energía reconociendo que hay días que puedo dar todo y otros necesito bajarle el ritmo y permitir espacios de pausa. Entender también que no “proceso” como los demás porque a pesar de ser un ser humano complejo y profundo (como todos lo somos), también tengo mis individualidades a las que necesito atender desde el autoconocimiento.

Antes me forzaba a vivir la disciplina desde un enfoque súper lineal: el famoso grind all day, todos los días 24/7, sin escuchar mi cuerpo ni mis ritmos internos. Creía que productividad era sinónimo de constancia rígida, y que si no me mantenía en ese estado de alto rendimiento continuo, estaba fallando. Pero con el tiempo entendí que mi energía no es lineal, es cíclica. Integrar esa forma de verme, más desde la escucha y la flexibilidad, me ha permitido fluir mejor: hay momentos que son para accionar fuerte y momentos para pausar, y ambos son igual de valiosos.

Saber esto sobre mí me hace trabajar mejor, no más. También he entendido que la ambición necesita “filtros”, porque no puedo ni quiero hacer todo. Elegir proyectos y retos que realmente importan y son relevantes a mi proceso me permite avanzar sin desgastarme, sin sentirme drenada y sin sentirme insuficiente. Por más trillado y repetitivo que suene, aprender a decir que “no” se ha vuelto un acto revolucionario de claridad: con los demás y conmigo misma. Así que, dentro de todo esto, he aprendido algo clave; la saturación es en realidad feedback. Feedback que no frena la ambición, sino que la potencia.

Hace unos meses me encontré en un punto límite: estaba trabajando en varios proyectos al mismo tiempo, intentando cumplir con todo, diciendo que sí a casi todas las ideas que me emocionaban y sobre extendiendo mi capacidad de entrega. Como resultado, sentía que no me alcanzaba ni el tiempo ni la cabeza; todo era urgente y, al mismo tiempo, nada me hacía disfrutar. Descuidé mi salud, mi tranquilidad y los proyectos en los que había estado involucrada a largo, mediano y corto plazo. No tenía estructura ni sistema propio y basaba mis procesos internos en lo que veía que le funcionaba a los demás, pero no terminaba de encajar conmigo misma; me acababa sintiendo frustrada, incomprendida y atorada en un ciclo vicioso y complejo de duda y cansancio.

Ahí es cuando me vi en la necesidad de hacer las cosas diferentes. Busqué recursos y empecé a verlo y entenderlo de otra manera: mi mente y mi cuerpo son como un sistema operativo.

Mi cuerpo es el hardware: la memoria, el procesador y la energía física; los “componentes físicos” que hacen que todo funcione. Dormir, alimentarme, moverme y descansar son como mantener esos componentes en buen estado. Si el hardware falla, nada más funciona bien.

Mi mente consciente es el software: los programas que elijo ejecutar, mis hábitos, mis rutinas, mi forma de organizar los proyectos. Esto es lo que manejo a diario y sobre lo que tengo control directo.

→ Y luego están los programas subconscientes, que corren en segundo plano sin que los vea mucho: creencias limitantes, miedos, exigencias internas, patrones aprendidos y repetitivos desde hace años. Estos programas muchas veces nos mantienen en loops, haciéndonos repetir comportamientos que nos agotan, como sentir que siempre tenemos que decir que sí, que debemos hacerlo todo perfecto o que nunca es suficiente por medio de patrones de autoexigencia y saturación.

Cuando abrimos demasiados programas al mismo tiempo (muchos proyectos, ideas, tareas) y sumamos estos procesos subconscientes, nuestro “sistema” empieza a dar alertas: cansancio extremo, ansiedad, bloqueo creativo, sensación de que “nunca es suficiente”. Esos son los feedbacks de cada uno de nuestros sistemas operativos, avisándonos que necesitamos reorganizar, priorizar y descansar.

Así es como aprendemos a no saturarnos. Prestando atención plena a nuestros sistemas operativos y las señales que nos dan a cada uno de nosotros.

→ Cerrando programas que no son importantes: es decir no, dejar de sobrecargarte.

→Actualizando el software: cuestionando y cambiando creencias que nos limitan.

→Manteniendo el hardware en buen estado: descansando, moviéndote, alimentándote, respirando.

→ Hacer backups emocionales: celebrar avances, reconocer setbacks y no solo logros, para no perder motivación.

En otras palabras, saturarte es una señal de que tu sistema necesita mantenimiento. Si aprendes a administrarlo, puedes mantener tu ambición activa sin quemarte, crear con claridad y disfrutar el proceso.

Ahora, que quede claro que esto no funciona como un switch que prendes y apagas. Es un proceso de todos los días el prestar atención plena para reconocer(te). Significa estar en el aquí y el ahora, entendiendo que mucho de lo que habitamos hoy está diseñado para robarnos justo eso: nuestro recurso más valioso, el tiempo y la atención. Las apps en el celular, los ads que nos bombardean para que sigamos navegando… al final, nuestra atención es el producto, y el tiempo (que no regresa), es la moneda de cambio. El camino de vuelta a nosotros implica recuperar esa atención adicta a la inmediatez y dirigirla hacia los procesos: aprender a disfrutarlos más allá del resultado final. Encontrar plenitud en el proceso es, en realidad, darle valor al presente; reconocer que no todo es para hoy, pero que el hoy es lo único que tenemos en las manos y accionar acorde a eso.

Aquí te van algunas estrategias que yo he aplicado en mis procesos para evitar y reducir el saturarme:

1. Depura procesos en segundo plano (creencias y loops).
Haz tu propio “Task Manager”. Anota (sí, con papel y pluma) todas las exigencias y pensamientos que tienes activos en una hoja en blanco (ej. “tengo que contestar ya”, “no puedo fallar”, “debo decir que sí”). Elige cuáles sí son tuyos y cuáles son programas viejos instalados desde el “deber ser” que ya no sirven. Ciérralos conscientemente.

En psicología, especialmente desde el psicoanálisis, este ejercicio se conecta con la dinámica entre el Ello, el Yo y el Superyó. El Ello es la parte más instintiva: deseos, impulsos, lo que busca placer inmediato sin medir consecuencias. El Superyó, en contraste, funciona como un juez interno cargado de reglas, culpas y mandatos heredados del “deber ser”. Y en medio está el Yo, que busca mediar entre ambos para encontrar un equilibrio con la realidad. Muchas de esas voces que nos presionan (“tengo que”, “no puedo fallar”) vienen del Superyó, y cuando no distinguimos su origen, vivimos obedeciendo reglas que ni siquiera elegimos.

Esta dinámica es el patrón continuo de interacción entre nuestras necesidades instintivas (Ello), nuestras normas internas y mandatos heredados (Superyó) y nuestra capacidad de mediar y decidir conscientemente (Yo). En términos de nuestro sistema operativo interno, podríamos decir que el Ello son los procesos automáticos que piden ejecución inmediata, el Superyó los programas de control preinstalados que regulan nuestro comportamiento, y el Yo es el administrador que decide qué procesos correr, pausar o cerrar para que todo funcione de manera óptima.

Al depurar qué pensamientos realmente son tuyos y cuáles son programas viejos instalados desde ese “deber ser”, fortaleces a tu Yo: liberas espacio mental, recuperas atención y energía, y eliges conscientemente qué demandas atender. En otras palabras, dejas de vivir bajo el piloto automático del Ello y del Superyó, y empiezas a actuar desde un Yo que diseña su propio sistema interno.

2. Define tu CPU máximo (capacidad real).

El CPU es como el “cerebro central” de tu sistema operativo: es lo que procesa toda la información que entra y decide qué hacer con ella. En términos de tu mente y energía, tu CPU representa tu capacidad de atención, concentración y energía mental. En vez de cargar con 10 proyectos a la vez, establece un número máximo de cosas que puedes manejar sin perder calidad (ej. 3 proyectos grandes + 2 medianos). Eso se convierte en tu “límite de procesamiento”. Todo lo que llegue extra va a lista de espera o se delega.

3. Haz actualizaciones de software semanales.
Aparta un momento al final de tu semana para revisar qué funcionó y qué no. Escribe y pregúntate:

→¿Qué me drenó energía?
→ ¿Qué me la devolvió?
→¿Qué puedo ajustar la próxima semana?
→¿Estoy trabajando desde la claridad o desde la presión?
→ ¿Qué emociones están ejecutando procesos automáticos en mi sistema?

Esto evita repetir los mismos loops de saturación y llevar un control escrito de esto te permite ver semana con semana cómo estás avanzando y qué patrones estás repitiendo consciente e inconscientemente.

4. Programa descansos como si fueran tareas críticas.
Tu calendario no solo debe tener entregas y juntas, sino también pausas obligatorias (ej. caminata de 20 min, comida sin pantallas, un día al mes off sin clientes). Es mantenimiento de hardware y parte de las prácticas necesarias para ser productivo. El descanso no es algo que “se gana”, es necesario para ser funcional.

5. Automatización de rutinas internas
Transforma decisiones recurrentes en hábitos o protocolos claros que tengan sentido para ti. Por ejemplo: tener un método fijo para revisar correos, organizar tus fotos o responder a clientes. Cada automatización libera espacio en tu CPU para creatividad y resolución de problemas estratégicos que sí requieren de tu energía plena.

Al final del día, no se trata de “apagar” tu ambición ni de vivir con miedo a saturarte. Se trata de conocer tu sistema operativo, de entender cómo funciona tu CPU, tu hardware y tu software interno, y de decidir conscientemente qué programas quieres abrir, cuáles cerrar y cuáles actualizar. Aprender a hacer esto es un acto de autocompasión estratégica: estás manteniendo tu capacidad de crear con claridad, de disfrutar el proceso y, sobre todo, de seguir emocionándote con tus ideas sin llegar al burn-out en el proceso.

Es un poco como ser el o la ingeniera de tu propia máquina: puedes elegir instalar actualizaciones, borrar programas viejos, hacer backups emocionales y hasta ponerle un playlist motivador al sistema. Algunas veces tu CPU va a tronar, tu hardware va a pedir descanso y tus programas subconscientes van a intentar sabotearte con mensajes de alerta. Y está bien: es normal, humano e interesante observar cómo todo se integra para ver qué decides mantener y qué dejar ir. A final de cuentas es un proceso llamado vida.

Aprender a no saturarte es también aprender a reírte de tus loops mentales, celebrar los avances aunque sean pequeños, y reconocer que la ambición y la tranquilidad no son enemigos: pueden coexistir si tú diseñas el sistema correcto para ti. Tu sistema, tu reglas, tu energía. Y oye, si algún día tu CPU se sobre calienta, siempre puedes tomarte un té, respirar profundo, cerrar unas ventanas y volver a abrir solo lo que realmente importa, que a final de cuentas lo importante es que estés en tu centro, aquí, en este momento.